Jerusalén |
El papa Francisco logró este domingo, primero en Belén y después en Jerusalén, el compromiso de los presidentes palestino e israelí, Mahmud Abbas y Simón Peres, de acudir al Vaticano en las próximas semanas para rezar juntos por la paz en Oriente Próximo.
Jorge Mario Bergoglio cursó su invitación de forma breve y sencilla: “Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento”, convirtiendo su viaje a Tierra Santa en un alegato vehemente y por momentos emocionante a favor de la paz. Según el padre Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, la invitación es a “hablar de paz en un sentido religioso”.
El padre Jamal Khater, representante del Patriarcado Latino de Jerusalén, explicó que la invitación se cursó a ambos presidentes porque convocar al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, convertiría el encuentro en algo más “político”.
La decisión espontánea de Francisco de bajar del vehículo descubierto que lo conducía a la basílica de la Natividad de Belén, acercarse al muro de separación de Cisjordania construido por Israel, rezar por unos minutos en silencio y apoyar después su cabeza donde otros han garabateado sus ansias de libertad, se convirtió en la imagen de la jornada. Pero, también en la demostración de que Bergoglio –que se refirió al “Estado de Palestina”– está dispuesto a llevar su lucha por la paz al terreno de lo inaplazable.
“Animo a los pueblos palestino e israelí así como a sus respectivas autoridades”, dijo el Papa ante el presidente Abbas al aterrizar en Belén procedente de Jordania, “a emprender un feliz éxodo hacia la paz con la valentía y la firmeza que son necesarias para todo éxodo”.
Pero no se trató, como se pudiera temer, de la habitual declaración de buenas intenciones. Francisco construyó una perfecta operación mediática a favor de la paz. A los discursos directos como puños –“¡Ya es hora de poner fin a esta situación!”– y a las imágenes destinadas a fijar la visita en el recuerdo –su cabeza en el muro –, sumó su almuerzo con víctimas palestinas y su invitación.
Jerusalén, un hito del viaje
Cincuenta años después de que Pablo VI y Atenagoras I pusieran fin a la animadversión entre católicos y ortodoxos, sus sucesores en la silla de Pedro, el papa Francisco, y en el trono de Constantinopla, Bartolomeo I, renovaron una apuesta por la unidad que ambos creen perentoria en tiempos de tribulación.
El encuentro, que arrancó en la sede patriarcal de la ciudad vieja de Jerusalén, donde ambos firmaron una declaración conjunta, prosiguió después sobre la imponente cúpula del Santo Sepulcro. Era, según el Vaticano, el hito de la peregrinación que Bergoglio inició el sábado en Ammán y que llegó a Belén.
El Papa llegó al casco antiguo de la ciudad santa muy cansado, de la mano del custodio de Tierra Santa, Pierbattista Pizzabala y del patriarca Latino, Fuad Twal, tras una misa multitudinaria en Belén y un viaje en helicóptero a Tel Aviv por motivos diplomáticos, pese a que sólo 8 kilómetros distan del corazón de Jerusalén a la ciudad en la que nació Jesús. Ingresó por la Puerta Nueva y atravesó las recónditas calles del barrio cristiano.
ENCUENTRO EN BELÉN
Francisco se encontró en Belén rodeado de caravaggios nada convencionales, cuadros trocados en dardos políticos gracias al arte del Photoshop que le daban la bienvenida a la plaza del Pesebre.
La mano del Santo Tomás que hurga en las heridas de Jesús se transforma en la de un soldado israelí que revisa la documentación de un palestino. Los adoradores de la Madonna del Rosario se giran hacia otra mujer con bebé, una refugiada palestina del Líbano. El
Bautista tirado sobre su espalda, a punto de ser decapitado, pasa a ser un niño palestino inmovilizado por un uniformado gracias al corta-pega de los artistas. Por si tenía dudas de que su viaje no podía ser “estrictamente religioso”.
Fuente: Los Tiempos
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